

Fernand Braudel
(1902-1985)
1940, Alemania nazi, Campo de prisioneros de guerra de Mainz.
Quizás para no perderse en el vértigo del tiempo, Fernand Braudel, 38 años, lugarteniente francés prisionero en el Oflag XIIB, forma un seminario de historia con sus compañeros de prisión. Y en la ebullición de una extraordinaria memoria, este joven profesor comienza a pensar, repensar, escribir y reescribir su tesis doctoral sobre el Mediterráneo en el siglo XVI.

Sin libros ni fichas, durante sus cinco años de captividad, Braudel va a sintetizar la década de búsquedas que lo habían llevado a recorrer archivos históricos en Europa, África y América: “Soñé con el Mediterráneo, casi lo reconstituí materialmente”, diría años más tarde.
En 1923 había comenzado una tesis doctoral sobre Felipe II y el Mediterráneo, pero su mentor el historiador Lucien Febvre, le había sugerido invertir los términos: ¿Por qué no estudiaría más bien “el Mediterráneo y Felipe II”? Esto significaba una nueva manera de concebir la historia.
La historia de la que él hablaría no sería la de los eventos históricos, de los cambios puntuales, de la coyuntura, del tiempo corto sujeto a cambios rápidos y oscilaciones nerviosas. Sería una historia que buscaba ampliar la mirada en el espacio y en el tiempo para tener una visión más global partiendo de las áreas geográficas donde sucede la historia de las sociedades. La historia sería aquella que transcurre lentamente, casi inmóvil, sujeta a cambios climáticos, integrando evoluciones del paisaje, corrientes marinas o movimientos geológicos.
Braudel estudió el Mediterráneo como una geohistoria con una temporalidad propia en la que se desenvuelven hombres y sucesos, un tiempo rápido que transcurre sobre un tiempo lento que parece inmóvil pero no lo es.
Abrió un camino que renovó la historia en la segunda mitad del siglo 20, haciendo converger las ciencias humanas y sociales en un mismo enfoque: geografía, economía, etnología, sociología y arqueología. Y todo esto con un objetivo: cuestionar el presente a partir de una historia atenta al mundo y al tiempo largo.

Pieter Bruegel. Paisaje con la caída de Ícaro. Museos reales de Bellas Artes, Bruselas THE BRIDGEMAN ART LIBRARY (DOMINIO PÚBLICO)
Guillermo Haro (1913-1988)
“¿Dónde acaba el mundo?”, le preguntaba de niño Guillermo Haro a su madre. Fascinado por sus respuestas, un día él le anunciaría: “Voy a descubrir cómo nace una estrella”.
Sarah Drake (1803-1857)
Sarah Drake fue una de las primeras y más célebres ilustradoras botánicas del siglo XIX. Con su ojo minucioso y su trazo perfecto hizo un viaje a través de bromelias, cactus y orquídeas por los exóticos confines tropicales del mundo, sin ir nunca más allá de los invernaderos de los jardines de Kew Gardens en Londres a donde botanistas y aventureros habían traído exóticas variedades de plantas desde los confines del planeta. Su obra como dibujante contribuyó a los avances fulgurantes de la botánica hace dos siglos.
Helia Bravo Hollis (1901-2001)
Hay que imaginarse a Elia Bravo Hollis, durante décadas, caminando bajo el sol tórrido y los altos cielos del valle de Tehuacán-Cuicatlán, de la barranca de Metztitlán y de los desiertos de Sonora y Chihuahua.
Ernesto Sábato (1911-2011)
Ernesto Sábato tuvo una primera vida como investigador en física y matemáticas en Buenos Aires y París, pero con el paso de los años, las fórmulas y los números dejaron de tener las respuestas a sus preguntas y terminó buscándolas en la exploración de la condición humana a través de la literatura.
Vera Rubin (1928-2016)
Vera Rubin dedicó su vida a un enigma que aquejaba a los astrónomos desde hacía décadas: ¿por qué si los cúmulos de galaxias giran a una velocidad de más un millón de kilómetros por hora, las galaxias que los conforman no salen expulsadas hacia el exterior? ¿Por qué se quedan en su lugar?
Tatiana Proskouriakoff (1909-1985)
Cuando en 1998 los arqueólogos Ian Graham, David Stuart y sus colegas enterraron sus cenizas en la acrópolis de la antigua ciudad maya de Piedras Negras a las orillas del río Usumacinta, en la selva del Petén, cumplían una promesa no dicha hacia Tatiana Proskouriakoff, una de las más grandes investigadoras del mundo maya.
Gutierre Tibón (1905-1999)
En 1964, tras sesenta años de investigaciones, Gutierre Tibón afirmó haber redescubierto el nombre esotérico de México: “En el ombligo de la Luna”. Según él, este nombre misterioso habría sido ocultado deliberadamente por los tlacuilos a los frailes españoles durante la Conquista y la Colonia.
Manuel Gamio (1883-1960)
Para Manuel Gamio, comprender el mundo indígena y trabajar para la mejora de sus condiciones de vida pasaba por unir en una misma mirada el presente y el pasado de los pueblos. Su labor a favor del indigenismo, desde las turbulencias de la Revolución hasta los años sesenta lo llevan a ser considerado el padre de la antropología moderna de México.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)
En 1888, el doctor Santiago Ramón y Cajal descubrió algo que vino a cambiar la manera en la que se concebía el cerebro humano: las neuronas. En su laboratorio de Barcelona, a través de la técnica de impregnación argéntica,…
Alexander von Humboldt (1769-1859)
23 de Junio de 1802. Volcán Chimborazo, 5,878 msnm. A pocos metros de la cumbre, acompañado por sus compañeros Aimé Bonpland, Carlos de Montúfar y su guía, con dificultad para respirar y terribles náuseas, los labios ensangrentados,…