

Manuel Gamio
(1883-1960)
Para Manuel Gamio, comprender el mundo indígena y trabajar para la mejora de sus condiciones de vida pasaba por unir en una misma mirada el presente y el pasado de los pueblos. Su labor a favor del indigenismo, desde las turbulencias de la Revolución hasta los años sesenta lo llevan a ser considerado el padre de la antropología moderna de México.
Pero nada lo predestinaba a serlo. Todo empezó en 1903, a los 19 años, cuando Gamio dejó la Ciudad de México y sus estudios en el Colegio de Minería para irse a vivir en un rancho de su padre en los límites entre Veracruz y Oaxaca.
Como narraría en un homenaje póstumo su ilustre sobrino el filólogo Miguel León-Portilla, “la vida que llevó en ese rancho le permitió acercarse a las realidades del mundo indígena. Ahí aprendió la lengua náhuatl y comenzó a sentirse atraído para conocer más a fondo las culturas de Mesoamérica”.

Manuel Gamio, arqueólogo y Jefe del Departamento de Antropología, en un estudio, retrato. Casasola, ca. 1918. INAH / MEDIATECA INAH (CC-BY-ND)
Tras estudiar un tiempo en el Museo Nacional, Gamio se fue a Nueva York para estudiar antropología en la universidad de Columbia bajo la tutela de Franz Boas, uno de los fundadores de la disciplina. De regreso a México decidió explorar el mundo indígena bajo sus múltiples expresiones y temporalidades.
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Manuel Gamio, Félix Fulgencio Palavicini y acompañantes en las grutas de Teotihuacán, ca. 1918-1920 INAH / MEDIATECA INAH (CC-BY-ND)
Su legado pionero es realmente inmenso: en arqueología con sus excavaciones en Teotihuacán, el Templo Mayor, Cuicuilco, Cholula, Chalchihutes o Kaminaljuyú en Guatemala, en sociología con el estudio de la migración mexicana a Estados Unidos, en antropología con su síntesis de la identidad mexicana y en la función pública con su aporte al proyecto educativo cardenista, la creación del Instituto Indigenista Americano y la de la Dirección de Antropología – futuro INAH–.
Gamio fue uno de esos grandes intelectuales comprometidos que forjaron el México postrevolucionario, personas de mucho conocimiento y capacidad de trabajo que se sintieron habitados por una misión: contribuir a construir un México más justo apoyado en la ciencia y en las instituciones nacientes.
Guillermo Haro (1913-1988)
“¿Dónde acaba el mundo?”, le preguntaba de niño Guillermo Haro a su madre. Fascinado por sus respuestas, un día él le anunciaría: “Voy a descubrir cómo nace una estrella”.
Sarah Drake (1803-1857)
Sarah Drake fue una de las primeras y más célebres ilustradoras botánicas del siglo XIX. Con su ojo minucioso y su trazo perfecto hizo un viaje a través de bromelias, cactus y orquídeas por los exóticos confines tropicales del mundo, sin ir nunca más allá de los invernaderos de los jardines de Kew Gardens en Londres a donde botanistas y aventureros habían traído exóticas variedades de plantas desde los confines del planeta. Su obra como dibujante contribuyó a los avances fulgurantes de la botánica hace dos siglos.
Helia Bravo Hollis (1901-2001)
Hay que imaginarse a Elia Bravo Hollis, durante décadas, caminando bajo el sol tórrido y los altos cielos del valle de Tehuacán-Cuicatlán, de la barranca de Metztitlán y de los desiertos de Sonora y Chihuahua.
Ernesto Sábato (1911-2011)
Ernesto Sábato tuvo una primera vida como investigador en física y matemáticas en Buenos Aires y París, pero con el paso de los años, las fórmulas y los números dejaron de tener las respuestas a sus preguntas y terminó buscándolas en la exploración de la condición humana a través de la literatura.
Vera Rubin (1928-2016)
Vera Rubin dedicó su vida a un enigma que aquejaba a los astrónomos desde hacía décadas: ¿por qué si los cúmulos de galaxias giran a una velocidad de más un millón de kilómetros por hora, las galaxias que los conforman no salen expulsadas hacia el exterior? ¿Por qué se quedan en su lugar?
Tatiana Proskouriakoff (1909-1985)
Cuando en 1998 los arqueólogos Ian Graham, David Stuart y sus colegas enterraron sus cenizas en la acrópolis de la antigua ciudad maya de Piedras Negras a las orillas del río Usumacinta, en la selva del Petén, cumplían una promesa no dicha hacia Tatiana Proskouriakoff, una de las más grandes investigadoras del mundo maya.
Gutierre Tibón (1905-1999)
En 1964, tras sesenta años de investigaciones, Gutierre Tibón afirmó haber redescubierto el nombre esotérico de México: “En el ombligo de la Luna”. Según él, este nombre misterioso habría sido ocultado deliberadamente por los tlacuilos a los frailes españoles durante la Conquista y la Colonia.
Fernand Braudel (1902-1985)
Quizás para no perderse en el vértigo del tiempo, Fernand Braudel, 38 años, lugarteniente francés prisionero en el Oflag XIIB, forma un seminario de historia con sus compañeros de prisión. Y en la ebullición de una extraordinaria memoria, este joven profesor comienza a pensar, repensar, escribir y reescribir su tesis doctoral sobre el Mediterráneo en el siglo 16.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)
En 1888, el doctor Santiago Ramón y Cajal descubrió algo que vino a cambiar la manera en la que se concebía el cerebro humano: las neuronas. En su laboratorio de Barcelona, a través de la técnica de impregnación argéntica,…
Alexander von Humboldt (1769-1859)
23 de Junio de 1802. Volcán Chimborazo, 5,878 msnm. A pocos metros de la cumbre, acompañado por sus compañeros Aimé Bonpland, Carlos de Montúfar y su guía, con dificultad para respirar y terribles náuseas, los labios ensangrentados,…