La evolución de la población mundial
Massimo Livi Bacci | OC:TL
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De unos miles de seres humanos a ocho mil millones

Pueblo de Castelmezzano en la noche de invierno, Italia. | PIXABAY

Hace 12,000 años, cada ser humano tenía a su disposición exclusiva una dotación espacial de alrededor de 2,000 hectáreas, es decir el equivalente a la superficie de la Isla Fernando de Noroña en las costas de Brasil o de la Isla Cleofas, una de las tres Islas Marías en Nayarit. Hoy, ese espacio exclusivo se ha reducido a las dimensiones de un campo de fútbol. En la actualidad, los seres humanos pueden moverse alrededor del mundo mil veces más rápido que en siglos pasados: hace 500 años, la primera circunnavegación del globo por la expedición de Magallanes y Elcano duró tres años; hoy un jet supersónico puede completar la vuelta al mundo en menos de un día. De la misma manera, consumimos cientos de veces más energía que nuestros progenitores agrícolas quienes tenían a su disposición solo su fuerza muscular, y algunos afortunados, que disponían además de la energía de animales de trabajo, toro, caballo, burro, camello, etc.

Los cambios en una población pueden interpretarse como el resultado de la continua confrontación y adaptación entre dos tipos de fuerzas: las fuerzas de restricción y las fuerzas de elección. Las fuerzas de restricción son aquellas que se imponen a las personas: el clima, las enfermedades, la tierra, la energía, los alimentos, el espacio o los patrones de asentamiento. Las fuerzas de elección provienen de la capacidad de modular y controlar los comportamientos individuales con consecuencias demográficas. Por ejemplo, las fuerzas de elección son las decisiones personales o sociales tales como casarse, tener hijos, mejorar la salud, la nutrición, las condiciones de vida, o migrar de un lugar a otro.

Las fuerzas de restricción tienen diferentes grados de interdependencia, pero comparten dos características: cumplen un papel fundamental en los ritmos lentos de crecimiento o decrecimiento de una población. El asentamiento humano depende del espacio geográfico y de la disponibilidad de tierra. Los alimentos, las materias primas y los recursos energéticos provienen de la tierra y son determinantes fundamentales de la supervivencia humana.
El clima, a su vez, determina la fertilidad del suelo, impone límites al asentamiento humano y genera condiciones de sanidad o enfermedad. Las enfermedades, a menudo ligadas a la nutrición, afectan directamente la reproducción y la supervivencia. Los patrones de asentamiento se vinculan por su parte con la densidad de la población y la transmisibilidad de las enfermedades. Todo esto nos muestra la complejidad de las interrelaciones que rigen las principales fuerzas de restricción en el crecimiento demográfico.
La segunda característica común de las fuerzas de restricción es su relativa permanencia (espacio, clima, etc.) y sus ritmos lentos de cambio (tierra, energía, alimentos, enfermedades, patrones de asentamiento, etc.) en el tiempo del análisis demográfico (una generación o la longitud promedio de una vida humana). Estas fuerzas son relativamente fijas y solo pueden ser modificadas lentamente por la intervención humana.
Obviamente, los suministros de alimentos y de energía pueden incrementarse como resultado de nuevos cultivos y de nuevas técnicas. Por ejemplo, mejorar la ropa y la vivienda puede mitigar los efectos del clima o prevenir infecciones puede limitar el impacto de las enfermedades. Pero el cultivo de tierras vírgenes, el desarrollo y difusión de nuevas tecnologías, de mejores estilos de vivienda o de maneras de controlar enfermedades no se desarrollaron de un día para otro, sino a través de largos períodos de tiempo. A corto y mediano plazo –y con frecuencia a largo plazo– los humanos han tenido que adaptarse y vivir con fuerzas de restricción que se mantuvieron inalteradas durante milenios.
Sin embargo, en los últimos tres siglos, las fuerzas de restricción han perdido fuerza y el síndrome de pobreza secular –pobreza de recursos materiales y pobreza de conocimiento– ha retrocedido. Por otro lado, las fuerzas de elección se han fortalecido a medida que los mecanismos de formación familiar, como el matrimonio, el divorcio, la reproducción, la incidencia de patologías y la movilidad recaen cada vez más en la esfera individual. Este proceso ha dado forma a la trama actual de cambio poblacional y ha generado ciclos de población variables en longitud, intensidad y gradiente geográfico.
CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN MUNDIAL
La revolución neolítica
Esta transición ocurrió de forma gradual e irregular y todavía existen hoy en día grupos aislados que sobreviven de caza y de recolección en diferentes partes del planeta. No obstante, este fenómeno ocurrió de manera independiente en situaciones y en lugares separados por miles de años y kilómetros, desde el Cercano Oriente, a China, a Mesoamérica. Es extremadamente complejo entender que causó esta transición, pero una constante es que favoreció el aumento de la población, como lo mostró la expansión de la ocupación humana y la creciente densidad de los asentamientos.
Los datos sobre el crecimiento de la población mundial se basan en gran medida en conjeturas e inferencias, a menudo extraídas de información no cuantitativa, por lo menos hasta el siglo XVIII o XIX. Tomando los números con mucha cautela, se estima que antes del Alto Paleolítico (30,000-35,000 a.C.), la población mundial contaba con no más de unos cientos de miles de individuos, que pasaron a ser unos pocos millones al inicio del Neolítico, alrededor del año 10,000 a.C.
Al inicio de la era cristiana, la población llegó a unos 250 millones de personas, mostrando una tasa de crecimiento promedio de aproximadamente 0.4‰. Esta tasa es una pequeña fracción de la de algunos países en desarrollo hoy en día –con tasas de alrededor de 30-40‰–, pero es mucho mayor a la que prevaleció entre la aparición de los primeros humanos y el desarrollo de la agricultura. En la opinión general de los académicos, la transición gradual de la caza y la recolección a la agricultura favoreció el aumento constante de la población gracias a la capacidad de generar recursos adicionales. Sin embargo, se debaten aún hoy en día los factores que aceleraron este crecimiento.
La teoría clásica se basa en un argumento simple pero convincente: el asentamiento, el cultivo agrícola y la domesticación de animales permitieron un suministro de alimentos más constante. Esto significó dejar de depender únicamente de los alimentos proporcionados por el ecosistema, pero que escaseaban fácilmente por la inestabilidad climática y el cambio de las estaciones.
El cultivo de trigo, cebada, mijo, maíz o arroz –granos altamente nutritivos y de fácil almacenamiento– amplió enormemente la disponibilidad de alimentos y ayudó a superar los períodos de escasez. La salud y la supervivencia mejoraron, la mortalidad disminuyó y el potencial de crecimiento aumentó, llegando a un nivel en el que se estabilizó.
Antes del Alto Paleolítico (30,000-35,000 a.C.), la población mundial contaba con no más de unos cientos de miles de individuos, que pasarían a ser unos pocos millones alrededor del Neolítico, alrededor del año 10,000 a.C.

Otra teoría tiene una opinión opuesta: la agricultura hizo a las poblaciones dependientes de unos pocos alimentos básicos –los cereales–, disminuyendo la calidad de la nutrición, mientras que la creciente densidad, la domesticación de los animales y la sedentarización empeoraron las condiciones de vida biopatológicas, facilitando la transmisión de enfermedades.
El asentamiento estable de la población creó las condiciones necesarias para la aparición, propagación y supervivencia de parásitos y enfermedades infecciosas casi desconocidas entre las poblaciones móviles y de baja densidad. Una mayor concentración demográfica pudo actuar como un «reservorio» para los microbios, propagando las enfermedades transmisibles por contacto físico. La densidad a su vez propició la contaminación del suelo y el agua, facilitando las reinfecciones.

Teocinte. | BIODIVERSIDAD.GOB.MX
La sustitución de los refugios móviles y temporales de las poblaciones nómadas por habitaciones permanentes aumentó los contactos con parásitos y otros portadores de enfermedades infecciosas. Además, el asentamiento favoreció la transmisión de infecciones provocadas por portadores cuyo ciclo de vida se interrumpía con los constantes traslados. Este es el caso, por ejemplo, de las pulgas, cuyas larvas crecen en nidos, camas, viviendas, cuerpos de animales y seres humanos. Con el asentamiento, muchos animales, domesticados o no, llegaron a ocupar un lugar estable en el nicho ecológico humano, lo que aumentó la posibilidad de infección por patógenos animales específicos, acrecentando la incidencia de parasitismo.
Como consecuencia, la mortalidad aumentó, pero esto fue más que compensado por la alta fertilidad característica de las poblaciones sedentarias. De hecho, la gran movilidad de los cazadores-recolectores que circulaban por vastos territorios hacía que el transporte de niños dependientes fuera pesado y peligroso para la madre. Por esta razón, el intervalo entre nacimientos podría haberse alargado a través de la lactancia prolongada o de la regulación de las relaciones sexuales. De esta manera, es posible que las madres hayan esperado que sus hijos pequeños tengan la capacidad de cuidarse a ellos mismos, antes de tener nuevos embarazos.
La gran movilidad de los cazadores-recolectores que circulaban por vastos territorios hacía que el transporte de niños dependientes fuera pesado y peligroso para la madre.
En las sociedades sedentarias, la necesidad de espaciar los nacimientos se hizo menos apremiante. La crianza de los hijos se volvió menos costosa para los padres porque, desde temprana edad, éstos comenzaron a ser económicamente útiles en las tareas del hogar, el trabajo de campo o el cuidado de los animales domésticos.
Sea cual sea la explicación, el hecho es que la población aumentó, los asentamientos se difundieron y las ciudades se desarrollaron.
Inicios de la Era Cristiana y Edad Media
En los primeros años de nuestra era, la población mundial contaba probablemente con alrededor de 250 millones de habitantes. De estos, por ejemplo, unos 40 millones vivían en lo que era el Imperio Romano –alrededor de la cuenca del Mediterráneo–, unos 50 millones habitaban el Imperio Chino y unos 35 millones en el subcontinente indio. Durante milenios, la tasa de crecimiento se mantuvo muy baja –unas décimas de 1% al año–, y guardó este orden de magnitud hasta la Revolución Industrial. Para 1750, la población mundial se había multiplicado por tres en 17 siglos, alcanzando alrededor de 800 millones de habitantes. De estos, unos 500 millones vivían en Asia, unos 100 millones en Europa –sin Rusia–, unos 100 millones en África y menos de 20 millones en América.
Es importante explicar porque la tasa de crecimiento poblacional se mantuvo baja a lo largo de los siglos en todos los continentes. Los sistemas demográficos tradicionales se caracterizaron, sin excepción, por una mortandad muy alta ligada a una expectativa de vida promedio inferior a 35 años. Esto era consecuencia de un síndrome de pobreza: pobreza de recursos materiales y pobreza de conocimiento en cuanto a la naturaleza de las patologías.
“Los sistemas demográficos tradicionales se caracterizaron, sin excepción, por una mortandad muy alta ligada a una expectativa de vida promedio inferior a 35 años.”
La mortalidad se debió principalmente a enfermedades transmisibles que representaron entre 75% y 80% del total de las causas de muerte. La ignorancia sobre los modos de transmisión hizo que las defensas contra la enfermedad fueran casi insignificantes. El auge de la urbanización y la movilidad, como consecuencia de una mejora general del nivel de vida, determinó también las condiciones ideales para la transmisión y difusión de enfermedades y epidemias como la peste, el tifus o la viruela.

Se deduce que incluso en áreas y en períodos de abundancia relativa, la mortalidad se mantuvo en niveles elevados. La baja productividad agrícola, aunada a los bajos niveles de comercio y las oscilaciones en la producción –a menudo vinculadas a los caprichos del clima–, comprometieron las cosechas, encarecieron los precios, derrumbaron el consumo y los niveles nutricionales. Estas crisis fomentaron la dislocación social, la migración a las ciudades y la congestión de instituciones caritativas.
Todo esto propició condiciones ideales para brotes epidémicos y crisis de mortalidad. Las dos grandes pandemias de peste dieron pie a periodos de decrecimiento de la población o de estancamiento: la Plaga de Justiniano azotó Europa y el Mediterráneo entre el siglo VI y el siglo VIII, y seiscientos años después, en 1348, la Peste Negra llegó a Europa para retirarse lentamente trescientos años después, desde el oeste. Entre la mitad del siglo XIV y la primera parte del siglo XV, la población disminuyó en un 30%, a la vez que las poblaciones africanas y asiáticas también sufrieron grandes pérdidas.
Sin embargo, el alto nivel de mortalidad se vio compensado por una alta fertilidad, en gran parte descontrolada, incapaz de producir grandes excedentes de nacimientos sobre las muertes. Una expectativa de vida al nacer de alrededor de 25-30 años, como la que imperaba en aquellos siglos, significaba que la mitad de los recién nacidos fallecía antes de llegar a la pubertad. La alta mortalidad siguió afectando a los adultos jóvenes y maduros, mientras que la enfermedad, la movilidad, la viudez y la separación redujeron aún más el potencial reproductivo de la población.
A lo largo de los siglos, la tasa de crecimiento excedió solo de manera excepcional unas décimas de 1% al año. Sin embargo, cuando la tierra es escasa y se estanca la productividad, el más mínimo crecimiento crea presiones maltusianas sobre los sistemas productivos que dependen de la disponibilidad de tierra para proporcionar alimentos, productos básicos y energía. Entre 1400 y 1700, Europa pasó de 52 a 95 millones de habitantes, creciendo un 0.2% al año. Pero al mismo tiempo, la calidad de las dietas se deterioró, los precios aumentaron y muchos sectores de la sociedad, como los campesinos sin tierra, se empobrecieron. Presionados por la escasez, a lo largo de los años, la población vio aumentar la edad de matrimonio y los niveles de celibato como un control adicional del crecimiento y de la fertilidad.
“Entre la mitad del siglo XIV y la primera parte del siglo XV la población europea disminuyó un 30% a causa de la Peste Negra.”
Los cambios en una población, a lo largo de los siglos o los milenios, no son solo la consecuencia de la interacción de factores biológicos, naturales o ambientales que determinan el potencial reproductivo y sus controles. La intervención humana ha sido crucial en muchos episodios de la historia moderna.
Colapsos y aumentos drásticos
La catástrofe demográfica en América
“Había 43 millones de habitantes en América en 1500 a la llegada de los Conquistadores; para 1700 quedaban poco más de 10 millones.”
El revisionismo del siglo pasado, a la vez que elevó las estimaciones iniciales de la población indígena, atribuyó también a enfermedades europeas –en particular la viruela– que llegaron a una población “virgen” y no inmunizada, la razón principal o exclusiva de la catástrofe demográfica. Sin embargo, esta catástrofe fue multicausal, y se necesitan análisis cuidadosos para evaluar, para cada área y cada sociedad, el conjunto de factores que produjo la caída o el colapso total de las poblaciones autóctonas, como en las Antillas Mayores. En cualquier caso, es un hecho que el contacto europeo desató este declive con sus inmensas consecuencias patológicas, económicas, sociales y políticas.

Litografía repesentando el anuncio de la abolición de la esclavitud de los ingleses a un pueblo africano.(1815) | CC0 BNF
La esclavitud africana
La trata transatlántica de esclavos estancó las poblaciones de África occidental al mismo tiempo que creó un nuevo componente poblacional en el continente americano. Estimaciones confiables avanzan que entre 1500 y 1865 –años de la abolición de la esclavitud– 9,5 millones de africanos fueron deportados a Estados Unidos en una escala sin precedentes en la historia.
Estos esclavos fueron los sobrevivientes de un número mucho mayor de mujeres, hombres y niños que fueron secuestrados de sus aldeas y que murieron durante el trasladado a la costa, esperando el embarque en un barco de esclavos o durante el largo viaje al Oeste. De los sobrevivientes, 1.5 millones llegaron a América antes de 1700, 5.5 millones entre 1700 y 1800, y 2.5 millones entre 1800 y 1870.
“Entre 1500 y 1865 –años de la abolición de la esclavitud– 9,5 millones de africanos fueron deportados a Estados Unidos en una escala sin precedentes en la Historia”
La trata de esclavos afectó específicamente a África Occidental, pero combinó sus efectos con el comercio de esclavos que involucró a un número aún mayor de africanos en dirección norte y este a lo largo de las rutas comerciales de los mercaderes árabes. Las consecuencias de estos últimos movimientos de esclavos aún no se han estudiado, pero es una opinión común que puede haber tenido efectos depresivos relevantes en la población de África del Oeste.
Una interpretación, casi paradójica, sostiene que esta sustracción forzada de recursos humanos pudo haber favorecido las condiciones de vida y las perspectivas de supervivencia de las poblaciones en la región. Sin embargo, se cree que en el siglo XVIII –momento cúspide del comercio de esclavos– las poblaciones secuestradas se encontraban en un momento de estabilidad demográfica, incluso casi de disminución, que fue agotando a los grupos de jóvenes, mayormente hombres, en plena edad reproductiva.

China
Consideremos el caso de China cuya población se duplicó entre 1700 y 1800 y se mantuvo durante gran parte del siglo XIX. Los autores contemporáneos han subrayado la plasticidad del sistema demográfico chino, capaz de adaptarse a las limitaciones externas con diversos mecanismos. En primer lugar, cabe señalar el papel que jugó el infanticidio en la regulación, a nivel familiar, del número y la composición de género de la descendencia. El infanticidio, principalmente de niñas, tuvo una gran incidencia, llegando al 10% de los nacimientos en el linaje imperial, y mucho más en el resto de la población. La interpretación es que esta práctica fue una respuesta a las fluctuaciones de las condiciones de vida. El infanticidio selectivo y la mortalidad de las niñas sobrevivientes –a causa del abandono– infantil generaron distorsiones en el mercado matrimonial por la escasez de mujeres elegibles. Dicha escasez se agravó con la alta incidenciapoliginiaPoliginia: Cuando un hombre está casado con más de una mujer. y con la poca frecuencia de nuevos matrimonios de las jóvenes viudas.
El resultado fue que casi todas las mujeres se casaban muy jóvenes, mientras que los hombres se casaban sustancialmente más tarde o muchos se quedaban solteros. Este sistema de matrimonio casi universal para las mujeres se articuló en una gran variedad de formas institucionales y culturales, adaptables a diferentes circunstancias. En su mayoría, las familias vivían bajo un sistema patrilocal, pero existían también formas alternativas de tipo uxorilocal, formas de levirato, para los más pobres (cuando la viuda se casa con el hermano del difunto), poliginia para los más ricos y adopciones de niñas para ser esposas de un miembro de la familia adoptiva.
La alta proporción de mujeres casadas se equilibró con un nivel de fertilidad dentro del matrimonio más bajo que en Europa. Los intervalos entre nacimientos eran más largos y las mujeres dejaban de tener hijos relativamente jóvenes. A estos factores hay que añadir que la baja fertilidad conyugal fue propiciada también por tradiciones filosóficas y religiosas que prescribían la continencia sexual para los cónyuges.
Es un hecho notorio que, en China, la adopción tuvo una gran relevancia en el sistema familiar, pues una proporción importante de niños –hasta un 10%–, se criaban en una familia adoptiva, extendiendo a menudo las adopciones a adolescentes y adultos. Como lo escribirían Feng Wang y James Z. Lee, la combinación del control del matrimonio, la moderación matrimonial, el infanticidio y la adopción hicieron que “los individuos chinos ajustaron constantemente su comportamiento demográfico de acuerdo con las circunstancias colectivas para maximizar la utilidad colectiva».[2]
Los autores contemporáneos han subrayado la plasticidad del sistema demográfico chino, capaz de adaptarse a las limitaciones externas con diversos mecanismos.

Japón
La dinastía Tokugawa (1603-1868), en el período previo a 1720, vio un gran aumento de las superficies de tierras cultivadas y un cambio radical en las técnicas agrícolas, transformando un sistema extensivo en un sistema intensivo. Las estructuras sociales tradicionales se modificaron y los grandes grupos familiares se dividieron, permitiendo que muchos parientes y sirvientes que, antaño, no tenían la posibilidad de casarse, pudieran establecer ahora núcleos familiares independientes.
Sin embargo, después de 1720, en la segunda mitad del período Tokugawa, el crecimiento poblacional se estancó para mantenerse en alrededor de 35 millones de habitantes en 1870. Las causas y los mecanismos de este estancamiento son objeto de considerable debate entre historiadores: existe evidencia definitiva de control intencional de la «producción» de niños, no tanto a través del retraso de los matrimonios sino mediante prácticas de aborto e infanticidio y de cierto papel «destructivo» que desempeñaron las ciudades con respecto al excedente de población rural. Edo, hoy Tokio, la ciudad más grande del mundo a principios del siglo XIX, fue clave en estas dinámicas.
“Edo, hoy Tokio, la ciudad más grande del mundo a principios del siglo XIX, fue clave en estas dinámicas.”
Otra explicación interesante del lento crecimiento de la población japonesa al final de la dinastía Tokugawa y comienzos de la Era Meiji es que la transformación agrícola condujo a una intensificación de los métodos de cultivo. Dicha transformación mejoró las condiciones generales de la vida rural, pero también trajo consigo un aumento notable en las cargas de trabajo para los hombres y aún más para las mujeres.
Es probable que esta tendencia haya incidido en la disminución de la fertilidad conyugal y en la reducción de la mortalidad infantil y materna, compensando algunos de los efectos demográficos favorables del desarrollo agrario a largo plazo. Sea cual sea la razón profunda del estancamiento demográfico, el hecho es que la sociedad japonesa descubrió, gradualmente, mecanismos que limitaron el crecimiento demográfico en cuanto se alcanzaron los límites de la expansión agrícola.

«Familia de campesinos en un interior», pintura de Louis Le Nain. (c.a. 1642) | CC0
Europa
Los cambios poblacionales que ocurrieron en Europa, durante el siglo XVIII, son mucho más conocidos que en otros lugares: existen censos, estadísticas vitales y muchas reconstituciones precisas de la dinámica demográfica para varias regiones. Se calcula que, en promedio, la población del continente aumentó un 55% entre 1700 y 1800, con diferencias regionales relativamente grandes: Rusia aumentó un 140%, Europa del norte y central un 60%, Francia, Italia y España un 33%.
En Europa, el matrimonio estaba en el centro de los diferentes sistemas demográficos. En casi todas las regiones, la unión marital sancionaba el derecho a reproducirse y los nacimientos fuera del matrimonio eran muy poco frecuentes. El celibato era en casi todos lados un obstáculo insuperable para tener hijos. En este sentido, el matrimonio era el regulador supremo de los nacimientos en sociedades que aún no habían descubierto y adoptado el control voluntario de la fertilidad.
“Se calcula que, en promedio, la población del continente aumentó un 55% entre 1700 y 1800, con diferencias regionales relativamente grandes: Rusia aumentó un 140%, Europa del norte y central un 60%, Francia, Italia y España un 33%.”
La fertilidad –es decir el número total de hijos de la mujer promedio– se veía afectada por la nupcialidad– la edad de entrada al matrimonio–. Un aumento o una disminución de dos años en la edad media al casarse se traducía en un hijo menos o un hijo más. Y en comparación con una sociedad en la que todos los adultos se casan, una sociedad con un quinto o un cuarto de adultos solteros produce entre 20%-25% menos hijos –considerando todos los factores constantes–.
La función reguladora del matrimonio operaba a través de la «modulación» de la edad de casamiento y mediante la exclusión del matrimonio de una proporción variable de hombres y mujeres. A finales del siglo XVIII, Europa estaba más o menos dividida por una línea imaginaria que iba desde San Petersburgo (Rusia) a Trieste (Italia): al oeste de la línea estaban regiones con baja nupcialidad, edad elevada del primer matrimonio –más de 24 años para las mujeres y más de 26 para los hombres– y una alta proporción de adultos solteros –generalmente más del 10%, a menudo alrededor del 20%–.
Al este, el sistema dominante consistía en un matrimonio más o menos universal, una edad promedio del primer matrimonio por debajo de los 22 años para las mujeres y 24 años para los hombres, y un porcentaje de solteros del 5%. La baja nupcialidad de Europa occidental se ha interpretado como la consecuencia de un largo proceso de adaptación maltusiana iniciado después de la Peste Negra, en un momento de auge de la densidad y de la urbanización, de escasez de la tierra y de aumento de los precios de los productos básicos.
Otros factores marcaron los sistemas demográficos europeos en el siglo XVIII: por ejemplo, gran parte de la región mediterránea y de los Balcanes estuvo plagada de episodios de malaria que afectaron también áreas menos extensas del norte y centro de Europa. La mortalidad fue significativamente mayor en esas regiones y la tasa de crecimiento natural fue más baja que en otros lugares. Las prácticas de maternidad, la lactancia prolongada, la crianza después del destete y las mejoras en la alimentación influyeron directamente en la fertilidad de las mujeres y en la mortalidad infantil, aumentando los intervalos de nacimiento y favoreciendo la supervivencia de los niños.
Estas prácticas variaron mucho de una región a otra, y sería muy complejo abordar aquí todas las variaciones, aunque su impacto en la dinámica poblacional fue notable. Por ejemplo, en la segunda mitad del siglo XVIII, la mortalidad infantil en Francia fue más de cien puntos superior a la de Inglaterra (273‰ contra 165‰) develando una diferencia de 4 años en la expectativa de vida al nacer –considerando todos los factores constantes–.
De aquí a 35 años, habrá 2.4 mil millones más de personas en la Tierra que alimentar, vestir y alojar; esto requerirá energía y combustible para calefacción, cocina y transporte. Este aumento ocurrirá en los países menos desarrollados, mientras que los más desarrollados verán su población mantenerse casi al mismo nivel de hoy.
La transición demográfica
La transición demográfica en los países del Norte
La noción de transición demográfica describe este proceso de declive de la mortalidad y la fertilidad desde los niveles altos previos al siglo XIX hasta los niveles muy bajos que prevalecen hoy en día en Europa, Estados Unidos y Asia del Este.
En términos generales, este ciclo de crecimiento debe verse como la superposición de dos ciclos diferentes: el primero corresponde al mundo occidental –Europa y Estados Unidos–, el segundo al resto del mundo. En Europa y Estados Unidos, el crecimiento demográfico comenzó con la revolución industrial, marcando una notable aceleración en el siglo XIX con una tasa de crecimiento de 1% –contra 0,35% en el resto del mundo–y fue disminuyendo en la segunda mitad del siglo XX.
La noción de transición demográfica describe este proceso de declive de la mortalidad y la fertilidad desde los niveles altos previos al siglo XIX hasta los niveles muy bajos que prevalecen hoy en día en Europa, Estados Unidos y Asia del Este. Con la revolución industrial el síndrome de pobreza de recursos y de conocimiento fue retrocediendo mientras que la elevación de los niveles de vida y de conocimiento científico hicieron decrecer la mortalidad. Al final del siglo XIX, en varios países de Europa, la esperanza de vida alcanzó los 50 años y comenzó a aumentar rápidamente en todas partes.
Podemos distinguir tres etapas superpuestas en este proceso. La primera fue un aumento de los recursos materiales per cápita, especialmente alimentos, y una disminución notable de las crisis de subsistencia y de las crisis de mortalidad que engendraban. Ello implicó una mejora de los estándares de nutrición, vestimenta, vivienda, higiene y la capacidad para resistir a las enfermedades.
La segunda fue la acumulación gradual de conocimiento sobre la transmisión microbiana a raíz del descubrimiento de la vacuna contra la viruela por Edward Jenner (1798), así como de los descubrimientos de Louis Pasteur en la década 1860 y su difusión en la educación y las políticas públicas. Todo esto permitió evitar o controlar muchas enfermedades. La tercera y última etapa (1880-1900) consistió en el desarrollo de vacunas y medicinas capaces de prevenir o curar las enfermedades más comunes.
El declive de la mortalidad hizo disminuir la fertilidad con la difusión del control voluntario de la fertilidad. A grandes rasgos, se puede decir que la reducción de la fertilidad en la revolución industrial fue una respuesta al nuevo contexto de costos y beneficios de criar hijos. El costo de tener hijos aumentó, porque con menos mortalidad –a cierto nivel de fertilidad– sobrevivían más niños por familia.
Las sociedades urbanizadas e industrializadas exigen más inversión por niño, en especial para la educación, porque contrario a lo que ocurre en sociedades rurales, las madres suelen incorporarse al sistema laboral remunerado y dejan de dedicarse en prioridad a la crianza y acompañamiento de los niños. Por otro lado, los beneficios económicos de los hijos fueron disminuyendo con la aparición de nuevas técnicas de producción, el crecimiento de los servicios y la industria que retrasaron la edad en la que los niños podían comenzar a ser una fuente de ingresos para sus familias.

Este marco amplio nos sirve a nivel muy general, ya que muchos otros factores participan en explicar las temporalidades y la difusión geográfica del declive de la fecundidad. Los historiadores aún debaten para entender porque en Francia el declive de la fecundidad comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII, en una sociedad rural, cien años antes que en Inglaterra donde la industrialización fue mucho más precoz. Muchos estudiosos creen que, al menos en el caso francés, los cambios en los valores familiares prevalecieron sobre las consideraciones económicas.
El siglo XX continuó la tendencia iniciada en el siglo anterior que condujo a una expectativa de vida cercana a los 80 años, a un nivel de fecundidad que no garantiza el reemplazo de la población, y a tasas de crecimiento natural cercanas a cero –al menos en Europa–. Debido a este rápido proceso de crecimiento, la contribución de Europa –incluida Rusia– y Estados Unidos en la población mundial pasó del 21% en 1750 a 23% en 1800 y 36% en 1900.
Aunque América Latina, en muchos aspectos, comparte características con las poblaciones de Asia y África, fue un receptor –como Estados Unidos– de gran parte de la emigración europea hasta la primera mitad del siglo XX y se vincula directamente con el sistema demográfico occidental. En Europa, cabe mencionar que el crecimiento de los países de la periferia, como Gran Bretaña y Rusia, fue más rápido que el de los asentamientos más antiguos, como Francia, Italia o España.
A grandes rasgos, se puede decir que la reducción de la fertilidad en la revolución industrial fue una respuesta al nuevo contexto de costos y beneficios de criar hijos.
Nueva Delhi y su zona metropolitana, la tercera metrópolis más poblada del mundo con 31 millones de habitantes. | AS
↑ Turruncún, España. Uno de los miles de pueblos que se fueron vaciando a lo largo del siglo XX. | CC-BY MIGUEL ANGEL GARCÍA
La transición demográfica en los países del Sur
El segundo ciclo de crecimiento superpuesto abarca a las poblaciones de países en vías de desarrollo de Asia, África y parte de América Latina. Los dos países más poblados del mundo, India y China, tenían en la década 1950 una expectativa de vida inferior a los 40 años y una fertilidad sin control. Patrones similares se observaron en muchos países en vías de desarrollo. En estos países, la transición demográfica comenzó a mediados del siglo XX cuando las transferencias masivas de tecnologías biomédicas –por ejemplo, nuevos medicamentos como la penicilina y la sulfamida, pesticidas como el DDT– provocaron una caída sin precedentes de la mortalidad.
La fertilidad comenzó a disminuir en la década de 1970, mientras que la tasa de crecimiento poblacional alcanzó un pico de 2,5% en la década de 1960. Esto fue más del doble del máximo alcanzado en los países desarrollados a finales del siglo XIX, y fue la consecuencia de una mayor fecundidad prevaleciente en Asia y África y de la rápida disminución de la mortalidad.

Mujer tejiendo en telar de cintura. Chiapas, México. | AS
Esto fue más del doble del máximo alcanzado en los países desarrollados a finales del siglo XIX, y fue la consecuencia de una mayor fecundidad prevaleciente en Asia y África y de la rápida disminución de la mortalidad.
En occidente, la edad de matrimonio fue aumentando y las altas tasas de celibato redujeron la natalidad, incluso sin el uso de prácticas de control de la fertilidad. A finales del siglo XX, la difusión de los métodos anticonceptivos disminuyó la fertilidad en todas las regiones –excepto en África subsahariana– bajando casi un punto la tasa de crecimiento con relación al máximo histórico alcanzado en la década de 1960. La transición demográfica estaba en camino.
Por todo esto, el volumen de población por continentes vio grandes cambios: entre 1950 y 2000, la participación de Europa en la población mundial pasó de 22% a 12%, la de Estados Unidos de 7% a 5%, la de África de 9% a 14%, la de América Latina y el Caribe de 7% a 9%, y la de Asia de 56% a 61%.
Crecimiento a futuro
Ciudad de México. Considerada la quinta metrópolis del planeta con 21,8 millones de habitantes. | AS
2050
Para el período 2015-2050 se proyecta que la población mundial pasará de 7.3 mil millones a 9.7 mil millones, ganando 2.4 mil millones en 35 años.
Por ejemplo, se anticipa que la fertilidad de los países menos desarrollados continuará disminuyendo, pasando de un promedio de 2.65 hijos por mujer en 2010–2015 a 2.15 en 2045–2050 y la esperanza de vida al nacer aumentará en el mismo período de 69 a 75 años. En los países desarrollados se pronostica que habrá una recuperación leve de la fertilidad de 1.7 a 1.9 hijos por mujer y un aumento adicional de la esperanza de vida, pasando de 78 a 83 años.
Para el período 2015-2050 se proyecta que la población mundial pasará de 7.3 mil millones a 9.7 mil millones, ganando 2.4 mil millones en 35 años. Esto significa que la misma cantidad de habitantes se agregó a la población mundial en los 29 años entre 1986 y 2015 que en los 36 años entre 1950 y 1986.
En otras palabras, de aquí a 35 años, habrá 2.4 mil millones más de personas en la Tierra que alimentar, vestir y alojar; esto requerirá energía y combustible para calefacción, cocina y transporte; se necesitarán más herramientas de trabajo, infraestructuras, productos manufacturados, materias primas; y todos usarán y consumirán más espacio. El sistema económico tendrá que hacer frente a esta demanda adicional y el medio ambiente sufrirá un impacto humano acumulado.
Los países menos desarrollados absorberán el 98% del aumento poblacional entre 2015-2050, mientras que los países más desarrollados verán su población mantenerse casi al mismo nivel. Cerca del 50% del aumento de la población mundial será absorbido por África y un 28% adicional por el subcontinente indio. En las regiones en vías de desarrollo, la población se duplicará en los países más pobres y aumentará de un cuarto en los demás.
En Europa, China y Japón, el número de habitantes comenzará a decrecer para 2050, y la población urbana aumentará en comparación con la población rural que seguirá disminuyendo. Una consecuencia importante de la disminución de la fertilidad y del aumento de la esperanza de la vida será evidente en el envejecimiento de la población: en 1950, en los países desarrollados, la proporción de la población de más de 60 años era del 12%, y pasará a 40% en 2050. En los países en desarrollo, la proporción de mayores de 60 años pasará del 6% en 1950 al 25% en 2050.
Aunque no es posible hacer proyecciones integrales, podemos afirmar con certeza que la población de las zonas costeras, más frágiles, y más densamente pobladas, tendrá un crecimiento mucho más rápido que las zonas del interior. De hecho, preocupa que el crecimiento de la población mundial acelere la intrusión en otras áreas frágiles, como los bosques pluviales.

Los cambios geodemográficos serán considerables: entre 2015 y 2050, la participación de los países desarrollados en la población mundial disminuirá del 17% al 13,2% –la de Europa disminuirá aún más rápido, pasando del 10% al 7,3%–. Este crecimiento en los continentes en vías de desarrollo no será uniforme, y la participación de África en la población mundial aumentará del 16,1% al 25,5%.
En 1950, seis países desarrollados –Estados Unidos, Rusia, Japón, Alemania, Reino Unido e Italia– estaban entre los diez países más poblados del mundo. Para 2050, solo Estados Unidos seguirá en esta lista, subrayando el declive de Occidente en la geodemografía del mundo. Ningún país africano estaba entre los diez más poblados del mundo en 1950, pero Nigeria, República Democrática del Congo y Etiopía formarán parte de las naciones más pobladas para 2050. Pakistán, que ocupaba el treceavo lugar en 1950, se convertirá en el sexto, e India desplazará a China como el país más poblado.
Ningún país africano estaba entre los diez más poblados del mundo en 1950, pero Nigeria, República Democrática del Congo y Etiopía formarán parte de las naciones más pobladas para 2050.
¿Un crecimiento sostenible?
Una clara amenaza para la sostenibilidad viene del creciente impacto ambiental de la población ligado a un mayor consumo per cápita. Tomemos los casos de Europa y de África subsahariana: mientras que en Europa la población será casi estacionaria durante el período 2015-2050, en África, la tasa de crecimiento será aproximadamente del 2% anual. Propongamos que el ingreso per cápita crecerá del 2% en Europa –una hipótesis muy optimista–y del 5% en África –algo plausible para muchos economistas–.
Dado que el impacto físico de la humanidad en la Tierra depende de la combinación entre población y riqueza económica –o ingreso o producto–, La aritmética nos dice que, en los próximos 35 años el impacto físico se duplicará en Europa y aumentará más de doce veces en África subsahariana. –suponiendo que no ocurran grandes cambios económicos–.
A mayor tecnología, más opciones para desasociar el crecimiento económico de patrones insostenibles de producción y consumo. En otras palabras, los avances tecnológicos permitirían disminuir el consumo de energía y de materiales no renovables por cada unidad adicional producida o consumida. Es posible que esto suceda en Europa, donde es más fácil desmaterializar el consumo –se puede gastar un dólar adicional para comprar un libro electrónico, disfrutar de un concierto, adquirir servicios personales, etc.–. Pero será mucho más difícil llevar a cabo este proceso en África, donde cada familia gastará un dólar adicional en la compra de combustible para la calefacción, la cocina y el transporte, en herramientas metálicas para el trabajo, en comida para la nutrición, en zapatos para caminar y en todos los demás productos básicos que es imposible o casi imposible desmaterializar.
La aritmética nos dice que, en los próximos 35 años el impacto físico se duplicará en Europa y aumentará más de doce veces en África subsahariana.
De ahí surgen dos prioridades esenciales: la primera es acelerar las transferencias tecnológicas de los países desarrollados hacia los países en vías de desarrollo, y la segunda es disminuir el ritmo de crecimiento poblacional. Haciendo un cálculo bruto, podemos suponer que una simple reducción de un punto decimal en el número de hijos por mujer en 2050 (3.1 hijos por mujer), correspondería aproximadamente a una diferencia de 35 millones de personas menos para la misma fecha.
Apoyar la disminución de la fertilidad con políticas sociales eficientes debe seguir siendo una prioridad central en el discurso del desarrollo sostenible. Por otro lado, mejorar el capital humano de la población –incluyendo el componente demográfico– sentará las bases para responder a la primera prioridad: la aceleración de las transferencias tecnológicas.
El crecimiento de la población no es algo neutro y sin efectos para la Tierra. Solo la disminución del ritmo de crecimiento demográfico permitirá buscar soluciones y alternativas a los grandes desafíos actuales y futuros. Nunca, en la larga historia de la vida, las fuerzas humanas habían amenazado a este nivel el sistema vivo del planeta.
Desafios ambientales
Basurero de Bantargerbang, Jakarta. Indonesia. | (C) MUHAMMAD ISHMOMUDDIN
↑ Basurero en Sri Lanka. | PIXABAY
Desde la Edad Media, la faz de Europa cambió profundamente a medida que el bosque fue talado para crear tierras de cultivo. Un cambio profundo similar ocurrió en el Magreb y en muchas zonas de Oriente Medio. En los Estados Unidos, la década de 1920 terminó de desvanecer el bosque prístino que cubría gran parte del país al este del Mississippi y desde Canadá hasta el Golfo de México, arrastrado por el crecimiento de la población y la industrialización.
Una población en crecimiento es sinónimo de intensificación de la actividad humana, de erosión de los recursos no renovables, de aumento del consumo de alimentos y de presión sobre el uso de la tierra y el medio ambiente.
La mata atlántica que cubría la región costera de Brasil desapareció a principios del siglo XX, devorada por la extracción de maderas preciosas para el mercado europeo, la demanda de la industria minera y de combustible para las plantaciones de caña de azúcar. En el subcontinente indio, gran parte de la cubierta forestal se sacrificó para proveer materia prima para la construcción naval, la construcción del extenso sistema ferroviario y también como combustible.
Río y parcelas agrícolas. | AS
↑ Deforestación en el Mato Grosso. Brasil. (2014) | CC-BY-SA-NC RICCARDO PRAVETTONI
A nivel mundial, se estima que entre 1700 y 1990, de los 134.1 millones de km2 de tierras emergidas del planeta, las áreas de cultivo se incrementaron más de cinco veces –pasando de 2.7% a 14.7%– y las pasturas para ganado aumentaron seis veces –de 5.2% a 31.0%–. En contraparte, los pasaron de representar 54.4% a 41.5% y los pastizales, estepas y tundras de 32.1% a 17.5%. Por lo tanto, menos de la mitad de la superficie terrestre se encuentra en un estado prístino o semi-prístino, y son en su mayoría tierras inhabitables desérticas, árticas o montañosas.
La antropización y la intrusión humana en entornos frágiles tienen un impacto extremo en el equilibrio bionatural del mundo. La deforestación de la cuenca del Amazonas es, quizás, uno de los procesos más preocupantes que abre un intenso debate. Estimaciones sitúan la pérdida de tierras forestales entre el 15% y el 20%. Este fenómeno inició en la década de 1940 por múltiples factores: la limpieza de tierras para cultivos y ganado bajo la presión de la demanda de alimentos de una población en crecimiento, la prospección y explotación de petróleo y minerales, la construcción de infraestructuras y el asentamiento de inmigrantes. Muchos otros bosques pluviales importantes del planeta enfrentan el mismo peligro por la presión de la actividad humana, desde la cuenca del Congo, a Indonesia, a Papúa Nueva Guinea.
| LUISA MOTA / CC-SA / AS / AS / AS
La deforestación está haciendo desaparecer los bosques en casi todas las partes del mundo, causando modificaciones profundas de la superficie de la tierra. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las tendencias recientes arrojan resultados mixtos: a nivel mundial, la tasa de deforestación ha disminuido en las últimas dos o tres décadas, pero el proceso continúa a tasas muy elevadas en África, América Latina y el Caribe, a pesar de que la tierra boscosa ha aumentado en Europa y Asia Oriental. A nivel agregado de cada país, existe una relación positiva entre la disminución de la tasa de crecimiento de la población y la tasa de deforestación. Sin embargo, es una relación relativamente débil ya que existen otros factores intermedios que entran en juego como oportunidades de intensificación, densidad de población, regulaciones gubernamentales e instituciones.
Manos campesinas | AS
↑ Idem.
El crecimiento de la población no es algo neutro y sin efectos para la Tierra. Solo la disminución del ritmo de crecimiento demográfico permitirá buscar soluciones y alternativas a los grandes desafíos actuales y futuros. Nunca, en la larga historia de la vida, las fuerzas humanas habían amenazado a este nivel el sistema vivo del planeta. Es prudente disminuir los riesgos y desacelerar el crecimiento poblacional para contribuir a este fin.

Texto: Massimo Livi Bacci para OC:TL (Bajo licencia CC-BY-SA-NC-ND).
Imágenes: Algunos derechos reservados.
Traducción del inglés, Edición, ilustración y montaje: OC:TL
| OC:TL
(Última modificación: 30/10/2021).
Para citar este artículo: Livi Bacci, M. (2021). La evolución de la población mundial. Revista OC:TL, Gran Angular, 4. https://octl.mx/poblacion.

Massimo Livi Bacci
Profesor emérito de demografía de la Universidad de Florencia (Italia), es especialista de los cambios poblacionales en el mundo desde una perspectiva histórica y contemporánea. Ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar los efectos de las hambrunas, las enfermedades, las migraciones o la cultura en el crecimiento o decrecimiento de una población. Antiguo senador del partido socialista, es miembro de la American Philosofical Society, y entre muchos otros reconocimientos, recibió el Premio Nazionale Letterario Pisa.
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